Plaza de la Lonja (Palma de Mallorca-España) |
10.- LAS LABORES Y TAREAS DE MI MADRE
Las labores y tareas de todas las madres,
y también de la tuya,
¡¡no lo olvides nunca!!,
porque hay muchos hijos que lo olvidan,
y que prefieren no recordarlo nunca.
Las labores y tareas de todas las madres,
y también de la tuya,
¡¡no lo olvides nunca!!,
porque hay muchos hijos que lo olvidan,
y que prefieren no recordarlo nunca.
Recuerdo
muchas horas en casa, yo estudiaba y hacía mis deberes en la mesa
del comedor, ya que no había sitio en el dormitorio, mientras tanto
y en la misma mesa, mi madre planchaba la ropa que antes había
subido a la azotea para secar, ella siempre estaba con la radio
puesta, la música sonando y cantando también las canciones que
siempre le gustaron. Cuando llegaba el turno de doblar las sábanas,
ya me pedía que le ayudara a hacerlo porque ella sola no podía, y
quería que todo quedara siempre muy bien doblado, para que no se
hicieran arrugas … Ella era muy cuidada en todo esto, se pasaba
todos los días cocinando, limpiando y lavando ropa para 5 personas,
apenas le sobraba tiempo para ella, pues toda su vida fue el cuidado
constante de la casa y la familia, nunca pudo trabajar fuera de casa
desde que se casó con mi padre.
Ella misma nos hacía mucha ropa, con su máquina de coser y con sus agujas de ganchillo, igual nos remendaba los calcetines con un huevo de madera y cosía lo que fuera necesario, para así no comprar demasiada ropa y para que siempre fuéramos “bien arreglados”, como decía ella, y siempre fuimos “bien arreglados”, bien vestidos, bien limpios y bien peinados, al menos cuando salíamos de casa y aunque otra cosa era cuando ya regresábamos. La pequeña mercería de “La Puertoriqueña” de la calle San Juan, conocía muy bien a mi madre, porque iba muy a menudo a comprar hilos, botones, madejas de lana, y todo lo que ella necesitaba. Si allí no lo encontraba, paseaba después por los viejos comercios de la calle del Sindicato, buscando lo que le faltaba y pagando el menor precio posible, aunque esto era secundario, pues ella siempre quería la mejor calidad … Todavía conservo bufandas, gorros y un gran chaquetón de lana, que mi madre había tejido con paciencia, para ahorrar un dinero que siempre iba bien para la economía familiar.
No importa decir que hacía toda la colada a mano, no teníamos lavadora, ni secadora y ni nada que se le pareciera, después tenía que subir 3 pisos por la escalera, y cargada con toda la ropa hasta la azotea para poder tenderla al sol, después volver a subir para bajarla a casa. Recuerdo bien que la ayudé en muchas ocasiones y recuerdo también, que las cuerdas del tendedero que usaba, tenían que estar más bajas de lo normal y porque ella no llegaba. La escalera de la finca la subió y la bajó infinidad de veces, una escalera muy empinada y estrecha, no había ascensor e iba siempre cargada con multitud de cosas, que yo también ayudaba a subir, y algo que ahora resulta un tanto imposible de pensar, y porque la mayoría estamos acostumbrados a subir en el ascensor. Mucha gente no puede entender lo que representaba el ajetreo para 5 personas, que tenía que hacer siempre ella sola, porque mi padre apenas tenía tiempo disponible y a causa de su pluriempleo. Siempre recordaré el miedo que sentía al bajar a la calle, y con sus 3 hijos de la mano, pues aquella escalera era muy “traicionera” y no sabía qué podía pasar.
Los barrios vecinos del Jonquet y Santa Catalina disponían de un lavadero municipal, al principio de la Avenida Argentina, el que había sido Camino de Ronda y que separaba la zona amurallada del Arrabal, allí veía a menudo muchas mujeres haciendo su colada y siempre me llamó mucho la atención. Yo iba muchas veces allí, porque mi madre me mandaba buscar a mi padre quien, cuando tenía poco trabajo con el taxi, se paraba en el Bar Cuba para echar la partida de cartas con otros taxistas, era su punto de encuentro y también de descanso, y aunque también tengo que decir que no siempre se alegraba de verme, pues él sabía para qué iba a buscarle y allí no había máquina de bolas, de modo que él ya no podía jugar al Juego del Escondite.
Lo mejor era durante el verano, cuando ya podíamos bañarnos en el mar, yo siempre recordaré cuantísimas veces mi madre nos llevaba en el autobús, hasta la playa de la Ciudad Jardín, y allí teníamos la ocasión de “ducharnos”, y lo mismo que los días en que mi padre nos llevaba en su taxi a la playa de Palmanova, allí hacíamos la comida y la merienda, con todo lo que mi madre ya había preparado antes de salir, siempre iba cargada con un montón de cosas y no quería que nos quedáramos con hambre. Pienso que el pinar de la playa aún se debe acordar de nosotros, pues yo me acuerdo mucho de esta playa, allí mismo yo estuve a punto de ahogarme y salir de este mundo, cuando tendría unos 7 años de edad, junto a un pequeño pantalán de madera que se utilizaba para subir a las barcas, tuvieron que sacarme del agua y desde entonces le cogí un cierto miedo al mar, el mar puso en jaque al rey en el Juego del Ajedrez.
Muchas veces, durante las vacaciones del colegio acompañaba a mi madre, a hacer las grandes compras al Mercado del Olivar y en otras ocasiones era al de Pedro Garau, a donde acudían los payeses del campo y los precios eran siempre mejores. Así volvíamos con las cestas cargadas, a ella le iba muy bien que yo la acompañara pues siempre podía volver más ligera de peso, y con cosas que después no se necesitaban comprar en las tiendas del barrio, que siempre eran más caras. Pasábamos por la Plaza Mayor y por la calle San Miguel, que entonces no era peatonal y también pasaban los coches, era una calle muy estrecha en algunos tramos, por donde además pasaba el autobús de línea, y en ese momento había que arrimarse mucho a la pared, para que no me arrastrara, y para mí era toda una aventura hacer estas excursiones. La forma que tenía mi madre de agradecerme mi ayuda era muy simple, y siempre nos parábamos en la panadería de la calle de los Cestos, que todavía existe, me compraba una coca de anís que sabía que me gustaba, y aunque no lo decía también era para comprarse “algún caprichito” para ella.
Ella siempre buscaba comprar lo mejor y al mejor precio posible, éramos 5 personas a comer y el presupuesto era importante, debía gastar el dinero y administrarlo de la mejor forma posible. Nunca comimos mal sino todo lo contrario, ella siempre cocinaba de más para que así sobrara, aunque lo tuviera que cenar a la noche mientras que a nosotros nos hacía algo diferente, pero nunca desperdiciaba nada, pues todo lo utilizaba de una forma u otra, e incluso con el pan que sobraba nos preparaba unas tortillas con huevos batidos. Mi madre era una excelente cocinera y lo aprendió muy bien de mi abuela, en la posada de su pueblo, era capaz de preparar cualquier cosa con lo que fuera, no necesitaba de la ayuda de nadie, aunque muchas veces la encontraba consultando nuevas recetas de cocina, en las revistas que caían en sus manos, eran las revistas que ocupaban su tiempo de ocio y en el poco que tenía.
Era un tiempo totalmente diferente y un tiempo que yo tengo presente en la memoria, no había estufas ni calefacción y teníamos que preparar un brasero en la azotea, recuerdo, cuántas veces mi madre subía y bajaba con él desde un 2º piso hasta la 5ª planta, arriba y abajo con cuidado para no quemarse, para ponerlo después bajo la mesa camilla y tener la casa calentita durante el invierno. No recuerdo haber pasado frío en ningún momento, ella se encargaba bien de esto y yo también. El carbonero del barrio ya me conocía de ir a comprar allí a menudo, para la casa familiar y también para la casa de una mujer muy gorda que me lo encargaba. Lo cierto es que poco tiempo le sobraba a mi madre para otras cosas, y pocas diversiones tenía en aquel tiempo, salvo las chácharas con las vecinas y también muchísimas ocasiones, en que se iban mi padre y ella a bailar donde podían, y entonces yo tenía que ocuparme de guardar a los 2 hermanos.
Eran los tiempos del Trocadero, Olimpia, Rosales y Tagomago, y entonces ésta era su diversión favorita, salir a bailar cuando podían, pues lo recuerdo muy bien, me imagino que no pudieron hacerlo durante varios años, al tener que ocuparse de sus 3 hijos pequeños y con edades muy similares, de modo que cuando pudieron hacerlo, ya que yo me ocupaba de hacer de “canguro”, pues lo aprovecharon lo que pudieron. Ellos sabían que podían salir tranquilos, aunque también recuerdo una ocasión, no se qué hice pero fundí los plomos de la electricidad, … creo que fue la única situación donde no fui responsable. Es posible que tampoco lo fuera en otras, pero nunca tuvimos chacha o alguien que nos cuidara de niños, aunque tal vez pudiera ser que alguien más lo hiciera en algún momento muy determinado.
Texto del libro "Tres hermanos y una madre" - Diario de un karma familiar (I) - El Juego del Escondite (la pérdida), inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual (España), y protegido por derechos de autor. DF. Nomemientas Gavilán.
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Ella misma nos hacía mucha ropa, con su máquina de coser y con sus agujas de ganchillo, igual nos remendaba los calcetines con un huevo de madera y cosía lo que fuera necesario, para así no comprar demasiada ropa y para que siempre fuéramos “bien arreglados”, como decía ella, y siempre fuimos “bien arreglados”, bien vestidos, bien limpios y bien peinados, al menos cuando salíamos de casa y aunque otra cosa era cuando ya regresábamos. La pequeña mercería de “La Puertoriqueña” de la calle San Juan, conocía muy bien a mi madre, porque iba muy a menudo a comprar hilos, botones, madejas de lana, y todo lo que ella necesitaba. Si allí no lo encontraba, paseaba después por los viejos comercios de la calle del Sindicato, buscando lo que le faltaba y pagando el menor precio posible, aunque esto era secundario, pues ella siempre quería la mejor calidad … Todavía conservo bufandas, gorros y un gran chaquetón de lana, que mi madre había tejido con paciencia, para ahorrar un dinero que siempre iba bien para la economía familiar.
No importa decir que hacía toda la colada a mano, no teníamos lavadora, ni secadora y ni nada que se le pareciera, después tenía que subir 3 pisos por la escalera, y cargada con toda la ropa hasta la azotea para poder tenderla al sol, después volver a subir para bajarla a casa. Recuerdo bien que la ayudé en muchas ocasiones y recuerdo también, que las cuerdas del tendedero que usaba, tenían que estar más bajas de lo normal y porque ella no llegaba. La escalera de la finca la subió y la bajó infinidad de veces, una escalera muy empinada y estrecha, no había ascensor e iba siempre cargada con multitud de cosas, que yo también ayudaba a subir, y algo que ahora resulta un tanto imposible de pensar, y porque la mayoría estamos acostumbrados a subir en el ascensor. Mucha gente no puede entender lo que representaba el ajetreo para 5 personas, que tenía que hacer siempre ella sola, porque mi padre apenas tenía tiempo disponible y a causa de su pluriempleo. Siempre recordaré el miedo que sentía al bajar a la calle, y con sus 3 hijos de la mano, pues aquella escalera era muy “traicionera” y no sabía qué podía pasar.
Los barrios vecinos del Jonquet y Santa Catalina disponían de un lavadero municipal, al principio de la Avenida Argentina, el que había sido Camino de Ronda y que separaba la zona amurallada del Arrabal, allí veía a menudo muchas mujeres haciendo su colada y siempre me llamó mucho la atención. Yo iba muchas veces allí, porque mi madre me mandaba buscar a mi padre quien, cuando tenía poco trabajo con el taxi, se paraba en el Bar Cuba para echar la partida de cartas con otros taxistas, era su punto de encuentro y también de descanso, y aunque también tengo que decir que no siempre se alegraba de verme, pues él sabía para qué iba a buscarle y allí no había máquina de bolas, de modo que él ya no podía jugar al Juego del Escondite.
Lo mejor era durante el verano, cuando ya podíamos bañarnos en el mar, yo siempre recordaré cuantísimas veces mi madre nos llevaba en el autobús, hasta la playa de la Ciudad Jardín, y allí teníamos la ocasión de “ducharnos”, y lo mismo que los días en que mi padre nos llevaba en su taxi a la playa de Palmanova, allí hacíamos la comida y la merienda, con todo lo que mi madre ya había preparado antes de salir, siempre iba cargada con un montón de cosas y no quería que nos quedáramos con hambre. Pienso que el pinar de la playa aún se debe acordar de nosotros, pues yo me acuerdo mucho de esta playa, allí mismo yo estuve a punto de ahogarme y salir de este mundo, cuando tendría unos 7 años de edad, junto a un pequeño pantalán de madera que se utilizaba para subir a las barcas, tuvieron que sacarme del agua y desde entonces le cogí un cierto miedo al mar, el mar puso en jaque al rey en el Juego del Ajedrez.
Muchas veces, durante las vacaciones del colegio acompañaba a mi madre, a hacer las grandes compras al Mercado del Olivar y en otras ocasiones era al de Pedro Garau, a donde acudían los payeses del campo y los precios eran siempre mejores. Así volvíamos con las cestas cargadas, a ella le iba muy bien que yo la acompañara pues siempre podía volver más ligera de peso, y con cosas que después no se necesitaban comprar en las tiendas del barrio, que siempre eran más caras. Pasábamos por la Plaza Mayor y por la calle San Miguel, que entonces no era peatonal y también pasaban los coches, era una calle muy estrecha en algunos tramos, por donde además pasaba el autobús de línea, y en ese momento había que arrimarse mucho a la pared, para que no me arrastrara, y para mí era toda una aventura hacer estas excursiones. La forma que tenía mi madre de agradecerme mi ayuda era muy simple, y siempre nos parábamos en la panadería de la calle de los Cestos, que todavía existe, me compraba una coca de anís que sabía que me gustaba, y aunque no lo decía también era para comprarse “algún caprichito” para ella.
Ella siempre buscaba comprar lo mejor y al mejor precio posible, éramos 5 personas a comer y el presupuesto era importante, debía gastar el dinero y administrarlo de la mejor forma posible. Nunca comimos mal sino todo lo contrario, ella siempre cocinaba de más para que así sobrara, aunque lo tuviera que cenar a la noche mientras que a nosotros nos hacía algo diferente, pero nunca desperdiciaba nada, pues todo lo utilizaba de una forma u otra, e incluso con el pan que sobraba nos preparaba unas tortillas con huevos batidos. Mi madre era una excelente cocinera y lo aprendió muy bien de mi abuela, en la posada de su pueblo, era capaz de preparar cualquier cosa con lo que fuera, no necesitaba de la ayuda de nadie, aunque muchas veces la encontraba consultando nuevas recetas de cocina, en las revistas que caían en sus manos, eran las revistas que ocupaban su tiempo de ocio y en el poco que tenía.
Era un tiempo totalmente diferente y un tiempo que yo tengo presente en la memoria, no había estufas ni calefacción y teníamos que preparar un brasero en la azotea, recuerdo, cuántas veces mi madre subía y bajaba con él desde un 2º piso hasta la 5ª planta, arriba y abajo con cuidado para no quemarse, para ponerlo después bajo la mesa camilla y tener la casa calentita durante el invierno. No recuerdo haber pasado frío en ningún momento, ella se encargaba bien de esto y yo también. El carbonero del barrio ya me conocía de ir a comprar allí a menudo, para la casa familiar y también para la casa de una mujer muy gorda que me lo encargaba. Lo cierto es que poco tiempo le sobraba a mi madre para otras cosas, y pocas diversiones tenía en aquel tiempo, salvo las chácharas con las vecinas y también muchísimas ocasiones, en que se iban mi padre y ella a bailar donde podían, y entonces yo tenía que ocuparme de guardar a los 2 hermanos.
Eran los tiempos del Trocadero, Olimpia, Rosales y Tagomago, y entonces ésta era su diversión favorita, salir a bailar cuando podían, pues lo recuerdo muy bien, me imagino que no pudieron hacerlo durante varios años, al tener que ocuparse de sus 3 hijos pequeños y con edades muy similares, de modo que cuando pudieron hacerlo, ya que yo me ocupaba de hacer de “canguro”, pues lo aprovecharon lo que pudieron. Ellos sabían que podían salir tranquilos, aunque también recuerdo una ocasión, no se qué hice pero fundí los plomos de la electricidad, … creo que fue la única situación donde no fui responsable. Es posible que tampoco lo fuera en otras, pero nunca tuvimos chacha o alguien que nos cuidara de niños, aunque tal vez pudiera ser que alguien más lo hiciera en algún momento muy determinado.
Texto del libro "Tres hermanos y una madre" - Diario de un karma familiar (I) - El Juego del Escondite (la pérdida), inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual (España), y protegido por derechos de autor. DF. Nomemientas Gavilán.
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6 comentarios:
Que bello es leer de parte de un hijo tanto agradecimiento , tanto reconocimiento en sus recuerdos... tu madre en el viaje de su alma debe sentirse màs que reconfortada... cuanto hacìan nuestras madres , y que poco lo recuerdan los hijos !!!
Cierto, muchísimos hijos son unos ingratos y se olvidan muy pronto de lo que recibieron de sus padres, muchos piensan que era su obligación, cuidarles, y en parte es así, pero no puede haber 1 sin 2, y algún día hay que devolver el amor que nos dieron. Quien no ama a su madre, muy difícilmente, o muy imposiblemente, podrá amar la mitad de sí mismo, esa mitad que todos tenemos y que se corresponde con el hemisferio cerebral derecho, el lado femenino, el lado emocional y otras cosas más. Gracias por tu comentario, mi madre no se merecía el final que tuvo, pero esto es también solamente la mitad de la verdad, no puede haber 1 sin 2, y por tanto falta la otra media.
Las labores y los trabajos de la grandísima mayoría de madres de años atrás, de unos tiempos que han pasado aquí, que no han pasado en otros lugares del mundo, pero que pueden repetirse también. La gente de nuestra generación lo ha vivido, ha vivido la falta de recursos económicos y los grandes esfuerzos que nuestros mayores tuvieron que hacer para sobrevivir. Un saludo.
Muy cierto lo que dices, la gente joven de ahora, al menos en España, no tiene idea de los grandes sacrificios que hubieron de hacer nuestros padres, para sacarnos adelante. Gracias por estar aquí.
Las familias muy ricas tienen criadas, mayordomo, chófer, jardinero y un montón de gente que cuida la casa familiar, las familias ricas tienen al menos una criada y tal vez alguien más, pero las familias de media fortuna o pobres no pueden tenerlas. Quien no ha pasado por el trabajo que lleva cuidar a los hijos, y en mi familia han sido nueve, no se puede imaginar el tiempo que se les ha dedicado. No se pueden imaginar los sacrificios que hubo que hacer para sacarlos adelante, alguno lo vio y fueron los mayores, que tuvieron también que ocupar su tiempo en ayudar al cuidado de sus hermanos. Se convirtieron en adultos demasiado pronto, así es la vida. J,A,
Así es, pero las familias muy ricas suelen tener varias casas, y las más pobres muchas veces ni la tienen y ni pueden pagar un alquiler. Los hijos mayores suelen ser más adultos que los otros, muchos ya nacen así, porque escrito estaba que debían ser también los "padres" de sus hermanos, en una parte por supuesto. Yo sé muy bien lo que es esto. Gracias por el comentario, ayuda a que los hijos que han recibido todo hecho puedan comprender cómo es la vida para otros, para los que no tuvieron "la suerte y la desgracia" de nacer en una familia rica.
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